Luego de dos intentos de ser sede (quiso ser anfitriona en 1938 y 1970), la Argentina fue designada por la FIFA para organizar el Mundial de 1978. Cuando obtuvo la designación, el país era gobernado por un gobierno elegido por el pueblo: la fórmula Juan Perón-María Estela Martínez de Perón. Pero un golpe militar se adueñó del poder en 1976 y a partir de ese momento el Mundial pasó a ser uno de los objetivos centrales, cuya finalidad era la de perpetuarse eternamente en el poder.
Para la cúpula militar, el torneo era utilizado como una vidriera internacional como lo supo hacer el fascismo de Mussolini y Hitler, en el Mundial de Italia 34’ y en los Juegos Olímpicos de Berlín, en 1936, respectivamente. Ambas competencias fueron usadas como instrumento de propaganda. Por eso, la Junta Militar decidió contra viento y marea llevar adelante el proyecto del Mundial 1978, en una forma de limpiar la imagen de un proceso que estaba denunciado de provocar vejámenes sobre la población.
De esa manera, se creó el Ente Autártico Mundial 78,
y luego de la muerte de su primer presidente (el general Merlo, en extrañas
circunstancias) toda la organización recayó en el vicealmirante Carlos Lacoste,
funcionario que llevó el costo de la competencia a 520 millones de dólares.
Se construyeron tres estadios: Mar del Plata,
Mendoza y Córdoba, y junto a River Plate, Vélez Sarsfield, en Buenos Aires, y
Rosario Central, que fueron remodelados, quedaron establecidas las sedes de la
competencia.
El argentino, futbolero, pasional, depositó toda sus
esperanza y su grito de rebeldía en los jugadores argentinos que llegaron a la
Copa del Mundo defendiendo un proceso de continuidad que tenía cuatro años de
existencia, y era único en la historia del fútbol local.
Desde octubre de 1974, cuando Menotti asumió la
dirección técnica, el equipo se fue jerarquizando y sumando importantes
experiencias en giras internacionales y series de partidos en Buenos Aires, que
le dieron la madurez necesaria para afrontar el desafío de un mundial en casa.
A pesar de las suspicacias que todavía hoy existen
sobre esa goleada a Perú 6 a 0, que le dio el pasaje a la final del torneo, el
conjunto albiceleste no las tuvo todas consigo y debió buscar su entereza y
fibra para crecer en el campeonato.
De hecho por sorteo le tocó el grupo más difícil,
junto a una renovada Italia, a Francia con el exquisito fútbol que desplegaba
Michel Platini y Hungría, entonces uno de los equipos más competitivos de
Europa del Este.
Si bien se superó la primera ronda, en el tercer
choque Argentina perdió con Italia (1-0) y debió abandonar la localía que
significaba jugar en el estadio de River Plate, viajar a Rosario y enfrentarse
en el mismo grupo a Brasil, el rival más temido.
Esa etapa llevó al camino de la final con un apoyo
popular inolvidable de los rosarinos que transformaron el estadio de Arroyito
en una caja musical ideal para la orquestación del conjunto argentino. Y, cuando algunos
supusieron que la derrota frente a Italia significó una ventaja para no medirse con Alemania y Holanda en el otro grupo
semifinal, la hipótesis se derrumba, ya que al partido definitorio del certamen
llegó el equipo naranja, hambriento de revancha tras el mundial de 1974, y
exhibiendo el mejor fútbol del certamen.
El triunfo,
por 3 a 1, en aquella final fue memorable. Tuvo una actuación magnífica del
"Matador" Mario Kempes, con situaciones de emoción y algunas
decisivas, como el tiro en el poste de Robert Resenbrik, cuando faltaban
segundos para el final del tiempo reglamentario y el partido estaba empatado 1
a 1.
Los jugadores de la selección campeona, festejaron
su hazaña y compartieron la gloria de cara a la tribuna y al fervor popular,
para dibujar, por un rato, una luminosa sonrisa en medio de tanta oscuridad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario